Odio tener que pensar,
Preferiría tu sonrisa a toda la verdad
Avanzo un paso,
Retrocedo y vuelvo a preguntar
Que algo cambie, para no cambiar jamás
Todo es imperfecto amor
Y... obvio.
Fito paez, Cadáver Exquisito.
El dinero se me estaba acabando, así que decidí buscar algún tipo de trabajo para juntar plata y continuar viajando. Después de dar algunas vueltas por un par de negocios de la ciudad, y no tener éxito, me dirigí al puerto. Entré en un bar y le pregunte al cantinero si sabia de algún barco en el que necesitaran a alguien para trabajar. Me dijo que en el muelle 22 buscara a Álvaro, un viejo de unos 64 años que era el capitán de un barquito pesquero.
Era un hombre de pelo no muy oscuro, tampoco muy claro, una mirada que parecía vacía, pero en realidad era enorme, esos ojos profundos que guardan un centenar de misterios y anécdotas. Vestía un jean clarito, muy raído, una camisa que alguna vez fue blanca y estaba de alpargatas. Fumaba un cigarro mientras veía con amor su nave.
Me acerque, y le explique toda mi historia; y con una voz, de esa que parecen que tienen espinas en la garganta, me dijo que ya me iba a encontrar algún lugar en el barco, se paró y me invito una cerveza. Subió al barco y volvió con algunas cervezas.
-Son artesanales, son de mi pueblo.-dijo mientras abría dos.
Me entrego una, el sudor en la botella ya me incitaba a tomarla toda de un trago. Era de un color ámbar, opaco, lleno de burbujitas que subían como si fueran globitos aerostáticos. Vertí todo el líquido en un vaso que había traído Álvaro, y como arte de magia empezó a subir una espuma densa y blanca, como la niebla, como las manchas de humo que dejan las viejas locomotoras en el cielo. Incline el vaso sobre mi boca, tome aire profundamente y deje que la cerveza fuera cayendo en ella, era espesa, fría y refrescante. La primera gota que cayó en mi lengua era amarga, la última cargaba con todo el sabor de los granos de cebada, de la malta y del exquisito lúpulo, un sabor único, adictivo, un elixir. Después de haber tragado este liquido que fue haciéndole cosquillas a mi garganta, volví a tomar aire y simplemente disfrute del momento.
Le agradecí la oportunidad, y la cerveza. Quedamos en encontrarnos la mañana siguiente para incorporarme a su flamante barco (de flamante no tenia nada, era una barco, común, sucio, viejo y despintado; pero el tipo lo amaba). De camino a vaya uno a saber donde, paré en un banquito que daba al mar, para despedirme del sol que volvía a irse como ya me tenia acostumbrado, y a escribirle una carta a Josefina contándole las ultimas cosas que me habían pasado, que no dejo de pensar en ella, que necesitaba tan solo compartir un pucho con ella, una charla, una risa…un momento.
Suele pasar a veces que se extrañan más esas pequeñas cosas, para los que realmente las disfrutamos, que un beso o cualquier otra representación de cariño. A veces creo que las relaciones se están volviendo más vacías, todo se resume a un mínimo momento de erotismo y sexualidad, cuando bien podríamos disfrutar de la sensualidad de una sonrisa que juega con el sol, de esa fuerza que nos da andar tomados de la mano, o una amistad, si! una amistad, no hay razón para creer que como una obligación un hombre y una mujer tiene que andar de tabú en tabú y no podrían simplemente compartir una amistad. Hay personas que no fueron hechas para ser más que amigas. No por que sean menos que una pareja, si no todo lo contrario. Una pareja sigue una lógica, y una amistad la desarma y ninguna esta mal, es parte de la naturaleza. Tampoco creo en eso del tiempo, no hace falta abusar de él para saber que camino podríamos seguir cuando conocemos una chica. Uno sabe con quien podría tener un amor, y quien tiene esas cositas que hacen tan exacta una amistad. A jazmín no la conozco de toda la vida, pero yo se que no quiero ni podría ser su amigo, yo busco otras cosas en ella, y ella me da lo que no busco en una amiga.
Conseguí alquilar una habitación por muy buen precio en un hotel de mala fama, y luego de hacer un repaso de estos últimos 45 días me dormí pensando en esa ultima frasecita que escuché de la boca de Guadalupe.