viernes, 13 de mayo de 2011

Dia 57

Las lágrimas del cielo caen vendiéndose a la gravedad.Lo prohibido te tiene atrapada, seduciendote. [...]Ya no importan los culpables y menos las soluciones, sólo importamos vos y yo.
Quien dijo que el amor era sencillo, se equivocó, [...] porque a nadie más que a vos y a mi se le enreda el alma cuando esos millones de pasos buscan abrigo entre nosotros dos [...] ¿Que no daría por sentir el roce de tu piel con la mía, por respirar tu aliento, por verte andar, por tenerte, sólo eso, tenerte?


Mariana Perez (una amiga, que ayudo a terminar el capitulo que van a leer a continuación), en su poema Vos y yo.


Estos últimos días, tengo que admitir que han sido bastante aburridos, mediocres, sin sobresaltos, sin experiencias, esos días sin grandes esperanzas diría yo.
Para que no gastara la plata que ganaba trabajando con Álvaro, dormía en una habitación que había en el barco que solo constaba de una cama, una mesa de luz, y una pequeña biblioteca que taba la única ventana que había.
Anoche, mientras trataba de dormir, me acorde de Antoine, el debe haber estado en la misma situación que yo varios años atrás. Un pensamiento llevo al otro y termino por desvelarme. Mientras buscaba algo en la biblioteca para leer hasta que el vendedor de sueños volviera por mi puerta, del estante mas alto cayeron unas hojas, bastante amarillentas y con polvo, en las que entre tachones y rayas, decía, escrito a mano:

Un otoño de mil novecientos y algunos años mas, caminaba sobre un montaña de hojas secas, y me reía con el crujir de las hojas que se resquebrajaban debajo de mis botas. Antes de llegar a la esquina tiré lo ultimo que quedaba de mi cohiba, me arregle el sombrero y me paré enfrente de la puerta. Sin esperar respuesta, la acaricie al igual que un vidrio acaricia el suelo cuando cae, mire hacia una de las esquinas de la madera y note que no seria un lugar cualquiera. En la esquina superior izquierda había un letrero, con finas y pequeñas letras doradas decía :" Si sos mas rápido que el viento, mas liviano que una pluma y mas sabio que el silencio...". - Solo entonces eres digno de un paradiso perduto.- susurre yo.Y luego de haber pronunciado ese punto final silenciando todo mi cuerpo, la puerta se abrió con suavidad. Me escabullí en ese lugar, sin llamar mucho la atención, habían unas cuantas sombras, y una escalera. Subí los peldaños de mármol y llegue a una especie de terraza, con tres, o tal vez 4 juegos de sillones de color caoba y marfil. Pedí una copa del vino mas fino que tuvieran, y me senté en el sillón de dos plazas que daba al horizonte. Recorrí con la mirada cada detalle del lugar, sus intrépidos ocupantes, los que entraban, y los que salían también.Todo estaba en orden hasta que mi mirada fue atravesada por otra aun más inquieta. Enceguecido al ver esa sumisa morocha con todo lo necesario para sorprenderme y romperme los esquemas, no tarde en comenzar a sudar mis manos y pies. Pero mientras ella se aceraba algo sin explicación me atemorizo. Mi brazo izquierdo, empezó a asfixiarme mientras el derecho buscaba algo que le costaba encontrar. Finalmente, al termino de segundos rompí ansiosamente la mesa tratando de sacar un filoso trozo de madera asesino y astillado para acercármelo al cuello. En cuanto ella llegó a mi, me toco gloriosamente y me susurro...
Mi mente dejo de volar, es increíble como imagino cosas cuando dejo de pensar razonablemente. Bebí otro trago de vino y me acerqué al balcón que tenia a mi izquierda. Mire como las personas ahí abajo se movían como hormiguitas, todas yendo de un lugar a otro con sus trajes y sombreros costosos, llevándose por delante cualquiera que se les atravezara en el camino, y mirando con desprecio a esos dos de la plaza que están tocando blues.

-A mi también me dan asco.-pronuncio una voz femenina a mis espaldas

Llueve, el otoño se convierte en invierno como el blues en droga. En el techo hay aletas de ballenas ventilando en las profundidades de mi memoria, y no existe sombrero caro que lo impida. Recorriendo mis recuerdos, sin mucho esfuerzo, mi cabeza y corazón se situaron en el día de ayer, hacia el anochecer, cuando ella se enredaba en mi pecho. Yo la tome por su desnuda cintura y contemplamos esas inquietas ballenas en el sereno silencio. El silencio se nubló cuando comencé a pensar y mi mayor duda fue, ¿como habíamos llegado ahí? no se si por tentación, no se si por rendición o si por amor. Ella es la mujer por la que todos matarían, todos menos yo. Quizás sea tan imperfecta como necesaria. Nunca entendí como nos conocíamos tanto sin conocernos, ella dice que nacimos para estar juntos. Pienso que lo que hizo que termináramos así fue su delicada y sensual forma de buscarme. Es tan terca que nunca escucho mi planteo sobre nosotros dos. Entonces con pocas ganas de hacerlo, corte el dulce y fastidioso momento con otro de mis oportunos plantéos. Cuando me dispuse a hablar solamente sonrió, puso boca en mi boca como si fueran partes de una misma cosa y luego se paró y se apoyo en la ventana, corriendo la ventana y dejando que el sol marcara su silueta. Ahí lo comprendí, acabábamos de emprender un camino que como esos ríos que nunca llegan al mar, nosotros nunca llegaríamos al amor.

-No te enamores.-le dije de la formas mas dulce posible, mientras ella miraba por la ventana el mar.
-No lo hagas, es inútil. Solo te romperé el corazón, aunque te prevenga como lo estoy haciendo.- dije, mientras ella seguía ahí, en la ventana.
-Es realmente curioso el amor ¿no?. yo te dijo que no me ames, y tu tal vez ya lo estas sintiendo. y mientras mas te garantice que voy a lastimar, mas pretenderás perseguirme.-

Se dio vuelta, me miro de forma muy tierna. Se acerco a mi, nuestros dos cuerpos desnudos se abrazaron y ella me susurro al oído:

-Somos lo que somos, y nunca cambiaremos. Las personas no cambian, pero pueden intentarlo.-