sábado, 14 de abril de 2012

Dia 164


"A menudo encontramos nuestro destino por los caminos que tomamos para evitarlo"

Jean de La Fontaine (Poeta francés n. Château-Thierry, Aisne; 3 de julio de 1621 - m. París; 13 de abril de 1695).


Hace dos días que damos vueltas sin parar por Montañita, Ecuador, y cada día nos fascina más este lugar.
Todavía nos queda dinero del que me pagó Álvaro por trabajar en su barco y pequeños trabajos que hemos ido haciendo en los diferentes pueblos que vamos recorriendo, y Jazmín también trae consigo sus ahorros de bastante tiempo.
Anoche fue el cumpleaños de Jazmín, por lo que la invité a cenar a un lugar que me recomendaron unos chicos que también estaban parando en el hostel Papaya. El lugar se llamaba Karukera.
Desde el momento en que entramos nos encantó a los dos. Era una lugar muy lindo, las mesas y las sillas todas de madera con barniz oscuro, las paredes de diferentes colores con cuadros de diferentes tamaños y motivos, y de fondo sonaba música chill out que se mezclaba con el sonido del mar. Ambos pedimos unos platos que venían con variedad de mariscos que nunca había visto y eran deliciosos, y un vino blanco para tomar. Luego de cenar volvimos al bar del hostel donde estábamos parando, a tomar algunos tragos y escuchar a una banda que iría a tocar esa misma noche. Pero al llegar, nos topamos con el grupo de chicos y chicas que me habían recomendado Karukera, y nos invitaron a ir a la playa con ellos. Con Jazmín no la dudamos ni un segundo cuando vimos que llevaban guitarras y bongos.
Llegamos a la playa, donde habían otros grupos como nosotros dispersos por la arena cálida. ¡Sacaron cervezas, whiskys y otras botellas! A medida que iba bajando el nivel de las botellas se consumían las canciones que íbamos tocando, mientras las guitarras y los bongos pasaban de mano en mano. Sonaron tantas canciones diferentes como estrellas se veían en ese cielo, y cuando ya estábamos muy cansados o muy ebrios como para tocar, nos acercamos un poco mas unos a otros y nos recostamos todos en la arena, mirando el cielo. Y fue entonces cuando empezamos a contar historias o cuentos entre todos...
Hoy cuando me levante solo recordé dos que creo fueron las que mas me gustaron, que  fueron las que contaron Lara o "alu" como le decían los demás, y Benicio.

"Era un sábado nublado, Iñaki estaba tirado con una guitarra negra un tanto despintada, al lado de un sauce. Cantaba canciones para una mujer que parecía esperar. Se distraía un poco mirando como se movían las largas ramas del árbol con el viento, pero luego recordó que estaba ahí esperando a alguien, alguien a quien debía enfrentar, alguien a quien quería enfrentar. La muerte.
No le teme a la muerte, el eco en su cabeza no es sobre el miedo a morir, es más, el esta ahí, ¡Esperándola! ¡Enfrentándola!
Su miedo es lo que sucede con la muerte, la perdida de los recuerdos, esa anulación de la mente en el momento en que morimos. Pasaba horas tratando de imaginar a donde se iban los lindos recuerdos que uno colecciona en su mente a lo largo de la vida, esas juntadas interminables con amigos, risas descontroladas con hermanos, esos paisajes hermosos que llegamos a conocer, lindos momentos de amor, los grandes logros conseguidos y esos momentos que uno quiere recordar para la eternidad. Le parecía injusto, absurdo y egoísta que con la muerte toda esa gran película que uno arma en su cabeza, simplemente quedara en blanco. Todas las personas tienen en algún rincón de su cabeza, algún recuerdo que es digno de compartir y cuando mueren simplemente se deshace, y eso a Iñaki lo atormentaba."

"Le hablaba un ciego a un sordo, y en ese monologo hacia repetidas pausas esperando algún gesto de su interlocutor. No recibía ninguno, pero obstinado retomaba el dialogo, -quizás no me interpreta bien- se le ocurrió pensar reiteradas veces y reiteradas veces cambio las palabras, las re formuló, incluso hasta llegó a contradecirse pero el sordo no era cociente que este le hablaba por lo tanto le era indiferente.
El ciego frustrado se batió en retirada, creyéndose en la soledad... Pero el sordo no era ciego, ni el ciego era sordo. El primero lo vio en todo momento gesticular al pobre ciego, y el segundo le oyó la tenue respiración y el galopar de su corazón casi todo el tiempo que duró el monologo reiterativo y contradictorio del ciego. Por primera vez en mucho tiempo se fueron a la cama pensando en que había alguien peor que ellos mismos.
El ciego pensaba y conversaba con su eco sobre la desgracia del pobre sordo. - Imagínate -decía- ¡No poder oír nada! Ni lluvia, ni el viento. No conocer la música, el sonido de una guitarra o la eufonía de una mujer. No saber que es el silencio, ese silencio de paz que reina en el bosque, o una playa. Y no ese silencio atroz y aterrador de no oír nada.-
El sordo se quedo mirándose al espejo y sintió lastima por el ciego. No entendía como alguien podía vivir sin verse todos los días al espejo envejecer, sin ver la inmensidad del mar, un atardecer en la playa, la sonrisa de una mujer y la majestuosidad de las montañas. No le entraba la idea de no poder ver la luz ni poder ver la oscuridad, esa oscuridad de la noche en la que nos relajamos y dejamos en remojo nuestras ideas y no esa oscuridad aterradora y encegecedora de no poder ver."

Luego de que cada uno contara una historia, había un momento se silencio, como el silencio luego de la tormenta y de apoco algunos iban aportando algunas opiniones o explicaban algunas sensaciones al respecto.
Cuando llegamos al Papaya hostel y nos fuimos a nuestra habitación con Jaz, hicimos el amor de una manera única. ¡No se si habrá sido el lugar, pero fue una mezcla de erotismo, ternura, sensualidad y amor!


Le agradezco a Sergio Bragagnolo por colaborar con este post, al haber escrito el primer párrafo de la historia del ciego y del sordo, y dejarme usar ese fragmento para completar el cuento de este post.